Esto podría ser una carta, pero es sólo un texto, porque las
cartas siempre esperan esas segundas partes que son las respuestas. Las cartas
son como las parejas, si no son de a dos no vale. En cambio, a los textos, con
leerlos y olvidarlos alcanza. Escribo con una voz prestada, la he alcanzado en
un paseo atardecido de barro.
Mi voz, la que a lo mejor debería estar en este sitio, aún está agazapada ante el miedo a lo desconocido. Hay incomprensión en una cantidad que alcanzaría para llenar toda una montaña de piedras, pero eso casi no importa porque a la hora de la madrugada aún no hemos llegado y entonces el retorno al centro no cuesta tanto. Creo que cautivamos un pedazo del cielo que nos ha tocado en suerte. Algo que pudiera convertirse en un recuerdo merecedor de ser capturado. Algo que cupiera en la valija, que pudiéramos llevarnos si de a rato nos fuéramos a otras partes.
Mi voz, la que a lo mejor debería estar en este sitio, aún está agazapada ante el miedo a lo desconocido. Hay incomprensión en una cantidad que alcanzaría para llenar toda una montaña de piedras, pero eso casi no importa porque a la hora de la madrugada aún no hemos llegado y entonces el retorno al centro no cuesta tanto. Creo que cautivamos un pedazo del cielo que nos ha tocado en suerte. Algo que pudiera convertirse en un recuerdo merecedor de ser capturado. Algo que cupiera en la valija, que pudiéramos llevarnos si de a rato nos fuéramos a otras partes.
Este texto es como un huevo, ¿chascarlo?, ¿será posible encontrar lo
que tiene Dentro? Dentro: el embrión
que configura la experiencia, el que tiene la dignidad de alcanzar la
remembranza. Más adentro: acá no hay
demiurgos ni cosas mágicas que acontecen de un momento a otro. Acá sólo hay caminantes que
construyen el paisaje a la medida de las estrellas que no van a mirar, porque
ellos saben que un cielo todo todo todo estrellado no es posible encontrar en
ningún lado.
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