Hay
que tenerlo claro, el albur del engaño nos acecha aún involuntariamente. No es
por ti ni por mí ni porque llueve en el campo, ni porque las ramas del álamo se
balancean en lo alto tan tristes, ni porque la ciudad está desierta, ni por eso
ni por aquello otro. Desesperadamente me entrego a los ojos descarnados de la
lucidez, quiero verlo todo, quiero saber, quiero ser la lechuza, quiero ser la
piedra inmóvil de mi corazón, quiero ser el niño descarnado que dice esto es
feo sin sutilezas, pero más que eso quiero comprender los secretos hilos que
nos tejen y nos llevan con sutiles movimientos a hamacarnos o ahorcarnos en los
igualados movimientos de los mismos hilos. Es que las palabras son las mismas
para amarnos u odiarnos, es que las hebras son las mismas para un caso y para
el otro y para el otro y para el otro y para el otro, es que somos igualmente
humanos. La diferencia es una cuestión de perspectivas, una gota de agua en la
retina que no es llanto, un sorbo de menos, un atardecer, un silencio, un truco
sin real envido, una flor, un descampado en el que titilan restos de botellas
de vidrio en la intemperie y a la hora triste se vuelve un paisaje fatalmente
hermoso.
Somos
esas muchas cosas y la estafa no es sólo una cosa de la mala voluntad, de la
moral malita, el ardid puede ser perfectamente pergeñado en una noche oscura y
no obstante florecer como una rosa radiante y deslumbrar con su belleza a un
niño que aún es virgen y en ese raro acontecer mantener el equilibrio del mundo
por todo un día, que ya es bastante. En cambio, los movimientos de las mejores
almas pueden terminar dejando caer un velo, que como la ceniza después de un
gran fuego deja el manto gris sobre el lecho donde antes hubo un leño. La
maduración de cada instante es una fruta imprevisible, todo lo maravilloso pasa
luego de que el tiempo ha sido consumado. El origen del dolor requiere al
tiempo como testigo forzoso.
La
trampa es vista en modo retrospectivo, ¿hay traición realmente?, la mirada llega
siempre tarde al acontecer del día, es siempre una actividad intelectual, por
más dolor que produzca al corazón, el engaño es una acción del pensamiento un
problemita de moral nefasta. Lo avieso como tal no existe. La parte gloriosa
del artificio es la fuerza poderosa del encuentro de las partes, lo que se
reúne luego de haber sido quebrado, lo que antes no estaba. La acción en sí
misma es múltiple y vive en la dialéctica del movimiento interior, a pesar de
sí mismo, ser inverso es ya no haberlo sido en un momento y haber muerto de
dolor por estar desprevenidos ante las cositas de la vida. No hay nada más
auroral que el desgarro del dolor a la primera hora del día, algo se hiere para
siempre, aunque esa eternidad se desvanezca con el correr de las horas y al
caer la noche la oscuridad sea un consuelo definitivo. En esos días de inaugurales
certezas todo se preña simultáneamente de dosis iguales de oscurantismo y lucifixión.
Lo demás… un bucle infinito de capas superpuestas que mutan y mutan y mutan y
mutan y nos dejan como moneda de cambio la humana comprensión que aún de manera
imperfecta nos cobija con su mantita.
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