Esas acciones del pensamiento,
ocultas de todo, a todos, sin demonios presentes. Esas historias eternas sin dios aparente...
En qué tajo de los símbolos entramos
en la sombra de la vigilia que no puede verse desde la otra orilla. Hay, claro
que debe haber, una sensación de amor disperso en la que ambos nos miramos.
Yo hubiera querido comprender en tus miradas,
no en tu cristalina ausencia.
Entrar en aquello que podía parecer
sueño. Hubo un momento en el que mentimos a dúo, fue un concierto efímero y aturdido.
Feo. ¿Cómo pudimos ser un coro tan necio, cómo pudimos entrar en las fauces del
delito?
Estabas ahí, vidrio por todos lados:
contaré el desamor que hubo esa noche: contaré ese modo de espejar los
sentimientos que había en tus ojos en tus manos en tus labios: ¿contaré que los
roces vacíos de sentido se clavaron en el aura más tenue de la noche y
proyectaron una figura espantosa? Era tan tarde…, tan tarde para algunas cosas
y nosotros jóvenes y decrépitos. ¿Cómo has envejecido tu reflejo en tan poco
tiempo? No me atreví a preguntarte. ¿Cómo has llegado a dar con la oscuridad en
tan inmenso grado? ¿Cómo, la temperatura de tu sangre, has helado de un modo
tan horroroso? ¿Cómo te has vestido de una silueta transparente que devuelve
una imagen tan fresca y desconcertante?
Debo haber incurrido en la misma transgresión.
Debo haberte confundido con los
mismos guiños extraviados.
En los ojos que ese día yo no tenía,
te habrás mirado de pronto y habrás visto sólo tu cara, confundiéndote,
creyendo que era la mía. Seguro pensaste que era mi alma la que te llevabas a
la boca y era la tuya la que se reflejaba en directa consonancia. Habrás terminado
comiéndote tu propia búsqueda.
Esa noche tan hueca, tan llena de
ecos, los dos nos confundimos de un modo exagerado. ¡Qué torpeza por la que
caminamos en los filos de las veredas!
Aunque creo que era imposible no
hacerlo, porque los dos estábamos atontados de reflejos.
Sabías quien eras pero lo alterabas a
sabiendas. Yo hice lo mismo, conociendo mis absurdos los oculté, decidí
burlarte y burlarme. Un golpe de cinismo extremadamente certero.
Caímos irremediablemente en el abismo
de los silencios, en la persecución sin tregua de las esencias veladas.
Seguimos la ruta equivocada, siempre sabiendo de qué se trataba el juego. ¡Qué
era un simple retozo!, debemos habernos prometido cada uno por su lado. Nosotros,
tan lucidos, tan mortales, esquivamos las verdades con maniobras perfectas. Entramos
en el otro lado de las analogías porque acaso nos medimos y creímos ser
demasiado hábiles.
Tus ojos fueron un buen aperitivo para
la cena, no sabías que los míos también eran comestibles hasta que los probaste
y convertimos aquel festín del deseo en una cena para ignorantes insaciables.
A qué hora se produjo el espejamiento,
no supimos. Nos confundimos. Creo que atinamos una estrategia dañina. Nos
fuimos destilando uno dentro del otro sin previas retenciones. Eras lo que yo era,
yo era lo que vos eras, y ese encuentro afortunado, desafortunados,
trascendente y quimérico, nos trastabilló el rumbo y nos estrellamos.
¿Cómo saber desde antes que nos íbamos
a reflejar mutuamente de ese modo tan espeluznante?
Pasamos al otro lado del espejo en el
que encontramos los túneles que no saben hasta donde llevarnos. Los conejos
hubieran sabido caer sin problemas en esos sitios, pero nosotros no supimos, porque
acaso nos habíamos perfumado demasiado el instinto y sólo poseíamos el
aturdimiento del tiempo. Caímos como lágrimas sin sentidos y rodamos una
maravilla de vértigos y olvidos.
No entendimos y seguimos. No sentimos
y seguimos. No vimos y seguimos. No encontramos y seguimos. Éramos estériles y
seguimos, éramos el uno en el otro y seguimos, éramos extraños y seguimos, éramos
todo lo contrario y viceversa, y seguimos…
Abandonamos el juego a la hora
incierta, decidimos salir desde adentro del sueño de los mortales para entrar
en el otro tiempo invertido. Salimos a buscar la certeza de habernos visto de
frente unos instantes, La certeza de haber atravesado el espejo lindero de
nuestros seres. ¿Realmente llegamos a salir de nosotros o eso también fue una ilusión
de ciegos en la negrura? Entramos en aquella zona opaca en la que cada uno tenía
soberanía. Jugamos a la nocturnidad y avanzamos a tientas.
Vi en tu penumbra, tan semejante a la
mía, una suerte de ternura y un perdón para siempre. Debimos habernos quedado
del otro lado. Yo en tu oscuridad y vos en la mía. Debimos haber aceptado la
estadía en nuestros costados mortales, para ser lo que otros eran casi siempre
y todavía; pero no pudimos con la tentación miserable y volvimos a jugar a la
divinidad momentánea. Atravesamos el vidrioso linde sin rasgarnos el cuerpo y
mordimos la frugalidad más envenenada. ¿Habremos sangrado? Deberíamos haberlo
supuesto, acaso no quisimos admitir que, como para el resto de los mortales, la
carne de nuestro cuerpo era presa fácil.
Debemos haber hecho cosas que nos
hicieran daño…, pero no lo notamos hasta entrado el día, cuando ya era
demasiado tarde y sólo teníamos las cicatrices a la vista. Nosotros ahí, mirándonos,
más insensibles que nunca.
En tus ojos había un abismo como debe haberlo
habido en los míos. Nos caímos y, que yo sepa, nunca volvimos a levantarnos. De
todos los espejos antropomorfos en los que me he mirado, eras el que devolvía
el reflejo más hermoso de mi imagen creada. De todos los espejos que reflejaron
tus rostros, el mío debe haberte gustado aquella noche. ¿Cuándo nos perdimos? ¿Cómo
desatinamos las certezas? ¿A qué distancia del vidrio nos quedamos? Esas cosas tampoco
supimos decírnoslas. Era una posibilidad incierta una ceguera compartida una
noche inmensa y también debe haber sido una fiesta.
¿Las huidas, son ciertas, inciertas,
o todo lo contrario después de la aurora?
Enamorarse
es crear
una religión
cuyo dios es falible.
El encuentro en un sueño. J. L.
Borges
Noviembre 2009
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