Pienso mal, no
es que piense malamente de alguien sino que tengo pensamientos equivocados,
razonamientos erróneos. El sujeto
se puede o no predicar sintáctica o declarativamente. El sujeto está instalado
en mi sofá y no se quiere ir, se pueda o no predicar.
No es que lo que pienso contenga error lógico,
casi todo lo contrario, sino que la manera de ejecutar el razonamiento es
azaroso. Sujeto, ¿te has puesto
los pantalones…? Ellos van para cualquier lugar y tengo
que estarlos encasillando y arreando para los lugares que producen certezas,
donde la lógica sigue un desarrollo paso a paso, y una vez terminado ultiman en
una premisa concluyente (¡pero el tiempo que va a pasar antes que llegue al
final es muchísimo!). Sujeto, ¿te
has puesto las medias ya? ¿Y todos los piercing? Pienso al
revés y eso hace que en vez de ir como todo el mundo pensando del lado derecho,
vaya por el otro lado, cosa que en los setenta tenía mucho sentido, pero ahora
no tiene ninguno más allá de una remera con la foto del Che y algún que otro
arrumaco cariñoso en la oscuridad de algún cine, durante alguna de las
versiones de las películas que hacen sobre él… Sujeto ¡apuráte que vamos a llegar otra vez tarde al
teatro por tu culpa! Por lo tanto,
retomo el razonamiento una vez que lo he terminado y lo vuelvo a destrozar para
barajar de nuevo una partida y hacer con eso un cosido de estofado de chorizo,
que no me voy a comer, pero que tiende a oler muy bien. Culpa… culpa… Hacia atrás y luego (como pienso mal, pero estoy acostumbrada a hacerlo
y deshacerlo) tengo que dar vuelta a los razonamientos hasta dejarlos
forzosamente al derecho. Las
culpas para otra edición serán, pero te adelanto que a todas las culpas, las
tenés vos. Pienso mal, pero con
la ventaja de pensar mucho, mucho más que otros humanos, y otros que también
vienen posteando en el ranking de los de pensamiento ágil: el mono, la
serpiente y una serie de robot que amenazan con servir el té a las cinco en
punto. Yo estoy libre de cargos…
y culpas. Pienso mal, pero razono
bastante bien, y con mucha frondosidad de caracteres, es decir con grandes
cantidades de globitos sobre mi cabeza. Sujeto, no tenés predicado, ni tampoco queda resto en tu cuenta de
banco, he pagado la fianza con tu dinero. Pienso mal, es cierto, pero pienso mucho, y si la vida es una fiesta y
el pensamiento una frondosa anarquía… Entonces… Entonces…, ¿Entonces qué?
Entonces que después
de pensar mucho mucho mucho me he dado cuenta que la cantidad y el tamaño es lo
de menos. ¿O eso era aplicable a la calidad? ¡Estoy pensando mal otra vez! ¿Será
cuestión de extensión de concepto o este no será el caso correcto? ¿Este sujeto
será otra de las excepciones que justifican la regla? De acá en adelante vos tenés la culpa de todo, ¿ves
que ahora estás pensando mal vos? Lo
importante es la calidad del pensamiento, cuánto pueda perdurar en el tiempo.
La cantidad, el trabajo que le lleve a una pensarlo y des-pensarlo es lo de
menos. La calidad es lo fundamental.
Ah! Y te aviso…
Entonces
concluyo en un nuevo pensamiento:
PIENSO MUCHO
PERO CON CALIDAD, ¿suena bien como conclusión no? ¡lo voy a repetir frente al
espejo los lunes!
…en esta era
cuaternaria del amor, lo del “café con piernas” no va más, porque si no cuando
vuelvas a la noche tendrás la culpa hasta del Big Bang.
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