miércoles, 16 de abril de 2014

LOCA CON PERROS

Una mujer camina descalza por la calle. Ella sabe hacia dónde se dirige, pero nos niega toda posibilidad de comunicarnos, a nosotros, ¾que la vemos pasar por la calle arrastrando su escoba¾ que a esta altura de su vida somos los únicos testigos, involuntarios, de su tránsito mundano. 
Arrastra una escoba con la que intenta barrer los rastros que ha dejado su amante, ella está segura de que así él no podrá regresar sobre sus propios pasos.
La mayoría cree que está loca, creen que la escoba es signo de otras cosas: de brujería, de pobre ama de casa, de manías de limpieza. Se divierten diciendo que un día la montará y saldrá volando. Ella en cambio está hastiada de vivir una vida de ama de casa, de ser pequeña bruja doméstica. Cada tanto saca sus hechizos a relucir, pero no hacen caso. La escoba no vuela.
En el fondo de su casa muchas veces lo ha intentado: ha hechizado la paja con artilugios caseros y luego ha montado, pero nada. La escoba no quiere viajar lejos ni cerca y eso es una verdad que con el tiempo se ha convertido en certeza para ella. Como también lo es el hecho que sus últimos hombres la han lastimado fuertemente en el rostro, el que muchos aseguran haber visto bello hace mucho tiempo.
Camina con una jauría de perros que la siguen como si fuera un cortejo, mientras ella, con su pañuelo en la cabeza alucina que es la novia del año y que saldrá en las revistas de moda: por su cara, por su pañuelo en la cabeza, por su vestido. Algunos la vieron el viernes santo prender velas en la ventana y no supieron lo que pasaría. Claro, creyeron saber que como nosotros, la mujer de los perros, del pañuelo en la cabeza, estaba festejando la resurrección de Cristo, ¾a punto de festejarla¾.
Nunca imaginaron que su cansancio era grande, ni que su mundo se estaba achicando, tanto...tanto, que no encontró mejor modo para pasar el tiempo que mirar el fuego de frente, cosa que por supuesto no debe hacerse, sobre todo en días viernes.
Ella no tuvo toda la claridad, pero creemos que algo tuvo, cuando fue hasta el fondo de la casa  y trajo la escoba para barrer las hojas. 
Ella dijo: ¡Las hojas! ¾y suspiró largamente¾ ¡Qué las hojas secas del otoño traen  mala suerte!
Alguien que pasaba la escuchó susurrar mientras hacía como que barría el frente: Que las hojas atraen a hombres que hacen daño, por fuera y por dentro: Que con el tiempo lo mismo da un corazón roto que una mano rota.
Dicen que el día, que por un rato la internaron en el loquero, el médico diagnosticó neurosis. Dicen que se escapó y volvió a su casa, a sus perros. Neurosis: instinto de repetición hasta el cansancio. ¡Eso!: Cansancio con mayúscula, le agarró justo en viernes santo, de tanto ver a ese pobre hombre todo agrietado, rasguñado y arrastrado año tras año. Entonces, tuvo una visión y creyó entender todo de una vez: entendió que ese hombre era ella, que ella era ese hombre, que coronado con espina sacrificaban cada tanto. A ella le pareció que lo sacrificaban demasiado seguido. A ellos los años se les vinieron encima todos juntos. A corta distancia en el tiempo se hallaba el sacrificio anterior, según dijo, la loca de los perros.
Parece que a causa de ese mal creciente todo se confundió dentro de su mente, de su corazón, de una forma tan grosera, que se hizo un pico altísimo sobre el nivel del mar, como cuando se forma una montaña nueva, solo que dentro de su ser y en aquella altura las orillas de las realidades se deshilacharon abruptamente. Desesperada le quitó las espinas que tenía ese hombre, en su frente, en su cuadro, en su cocina. Había visto tantas veces lo mismo que estaba familiarizada con el dolor, el del hombre, el de ella.
La loca de los perros se puso las espinas que  un momento antes tenía el hombre y con la vela en la mano lo coronó de flores, unas flores que flotaban en la batea de la cocina, que se habían despegado de un plato pintado. Solo entonces estuvo segura de haberlo librado de tantos años encuadrado, en el mismo crucifijo.
Ella, la vela y la corona de espina caminaron hasta el fondo de la casa en busca de la escoba.
Los perros ladraron, pero la gente estaba acostumbrada a que los perros ladraran en el fondo de la casa, porque siempre los hacia pasar y les daba comida.            Quizás, el fuego de la vela no fue suficiente para calmar el dolor que produjeron las espinas en su cabeza, el dolor de ser otra mortal más, inapropiada a los efectos de encarnar el misterio de la resurrección.
Ella creyó con absoluta claridad que si salvaba al flaco del rutinario calvario, finalmente  saldría en las revistas, aunque no fuera en la parte de los vestidos de novia y montó su escoba que, por fin hechizada, se hizo a volar.
Ella debe haber creído, que era eso lo que estaba pasando cuando la paja de la escoba ardió.
Los que vieron el cadáver carbonizado no. Ellos, sólo dijeron, que la loca de los perros se había quemado en el fondo de la casa, y que los bomberos fácilmente habían extinguido las llamas.
Al día siguiente se escucharon improperios cargados de enojo. Reclamaban indignados, los que veían pasar a la loca de los perros, porque no habían logrado conciliar el sueño durante esa noche a causa del perturbador aullido. Esa noche de viernes en que algunos sacrificios absurdos... por fin cesaron.↑