sábado, 1 de marzo de 2014

Muerte súbita

La enfermera encontró el cuerpo que yacía en un rincón del cuarto del hospicio, sin rasgos de violencia física. En la mano inmóvil había un lápiz sin punta y, cerca del pedazo de punta roto, el cadáver de tres palabras. 

1-2-3-4

1-

¿Cómo arrepentirse la mariposa de su cambio brutal si el retorno al inicio es del orden de lo imposible? ¿Cómo asir la mano de la ausencia si sólo de mendigos se compone el mundo incierto? Ojos no videntes, manos que no sienten, abrazados a la caldera sin sentir lo caliente. Y un abismo, siempre en los laberintos hay uno, escondido en el devenir de los pasillos. La mayoría son bromas del peregrino, pero algunas veces, sólo a veces, el muy mezquino se pone serio. Entonces las cosas cambian y la naturaleza sabia corre a toda velocidad. Una llama se enciende una luz se dilata y la maravilla acontece sin ser vista de frente. Ese momento de magma unánime se hunde en los hilos invisibles y tejen tu hueso de color de nácar transparente. No, es mentira todo lo dicho, es falso, lo transparente no existe, sólo lo ufano es posible en esos términos. La mirada desespera de ausencia y H. J. quiere tener una frente que reflecte en varias direcciones. Y no sabe que ya la tiene. Vuelo a tu ojo paleontólogo, a tu coro que canta poeta M-30, luz dormida que despierta cuando los demás aún no llegan a la vigilia.


2-
Hubiera preferido un trazo elemental desangrado de aletas y reivindicaciones estériles, pero ya sabe Mr. H. J., como es ese encanto de la creación, siempre divagante y algo delirante que busca qué sabe que en quién sabe dónde. No se detiene y si lo hace es para descuajeringarse porque así de corrido no le sale. Debajo arriba y otra vez a comenzar de cero, ¡no! ya no podrá ser nunca más (y aquí nos evitamos la lacrimosa tragedia), aunque, seguro que Vd. no lo va a creer pero conocí a un señor muy aseñorado que aseguraba haber desocupado un sitio ya usado por otros. Dijo en buen idioma que no se entendía bien, que él con poco poder, tenía un lugar para inaugurar. Las señoras contritas dijeron que no: que eso no podía ya ser nonoonononononon, y él dale que sí, que ese sitio lo tenía ahí, en la mano en el papel, nuevo nunca visto de belleza preñada no destilado aún, pero presto a verter. Crédulo como soy de laberintos y excentricidades diversas me di el permiso para creerle al hombre aquél, y desde entonces voy de leer a leer nuevas cosas en la vida de papel.

3-
El precio de los laureles con la necesidad hay que pagar.
Mientras más necesitado más laureado, pura patraña o será acaso real realidad.
Desde el mundo de laberintos no se distingue Talaverecu.
¿Qué ciudad desconocida es esa que H. J. nombra. Nunca antes escuchada nombrar?
Parece que no se paga la libertad con soledad,
Parece que la libertad no se paga con nada.
Con nada más que con pedazos de aullidos a la luna,
jirones de piel, agua corrida bajo la pared. 
Un par de secretos que siempre habrán de afilar.
Un pedazo de laberinto, un hada por la mañana, y cinco laberintos bien invisibles.
…la libertad se paga cara.
Pero todo parece, pues en el mundo del parece de papel cómo poder saber.
¿Otros? imposible que no estén, amurados, espejado o asoleados.
En mi mundo de artífice, en los hilos del hacer una y mil veces me voy a caer. Vía de vuelo, la pequeña maravilla. Por fin que no se entiende del todo y esa es la vuelta de tuerca. En dirección contraria y aún así atinada.


4-
Estimado H. J. qué ojos más grande tiene sin ser abuelita ni naaaa
Más bien, y desde el principio, lobo de la estepa. Ya parece que lo del tamaño de los ejes, quiero decir ojos, es una enfermedad de agrandamiento en estas latitudes.
Los espejos son peligrosos no conviene mirarse en ellos, porque a veces, no sólo distorsionan la imagen, sino que se lo comen a uno de un solo bocado. Yo desde que cumplí doscientos diez años no le pongo espejos a ningún laberinto que hago.
Entre real y realidad hay toda una idad de distancia, aunque a veces no lo podamos creer.
Eso me ha pasado a mí recientemente, cuando acabado de hacer un laberinto amarillo y del color que no se ve, todo todo preciso ¡ha desaparecido!
Lo había dejado justo en el lado equivocado, pero a sabiendas de mi error, apenas he terminado de almorzar lo he ido ido ido a buscar, y ¿a que no sabe qué? Ya no está.
Acaba de pasar por mi lado Ámbar, una mujer elegante y presuntuosa, de ojos más bien alejados y pegados quien sabe a donde, le he preguntado, no me ha contestado nada. Sólo ha mirado con pasmoso mirar desde el lugar donde el laberinto supo antes estar hasta el cielo despejado, dándome entender que como así, y sin más, éste allá ha ido a dar.
Y yo que no soy muy dado a pensar, no sé que gesticular.
 Oh! ¿lalalalalalalalalaberinto recién hecho, a donde de mí te has ido? ¿a qué otro artífice, sin maestría, has ido adueñar de una obra que no era de él y ahora propiedad suya te has constituido por tu propia voluntad?


DESAMOR EN ROJO

2011

Escuchabas tararear una trova y no la estabas entendiendo, no la estabas sabiendo escuchar, no estabas poniendo el oído dónde sonaba la cuerda y yo tampoco. Nada de teorías atonales, un simple desacuerdo de esos fundamentales, que nos hubiéramos querido querer pero mejor lo dejamos para otro día. Era tarde entonces pero igual soñabas y dentro de ese sueño había otro sueño en el que estabas ahí diciendo, me caí entre los dos continentes en el medio del océano y no me ahogué porque nadé hasta la próxima tierra; estabas tan contento de haber sobrevivido, agua, demasiada agua bajo el puente. Aguas que decanten poco a poco la lluvia que todavía no ha dejado de lloverte-me por dentro.
No hay adentro o afuera decías y el otro oído escuchó con atención y llamó al tercer oído que todavía no era el musical, para que el coro no estuviera en las voces sino en las escuchas. Era un sueño anormal sobre todo porque estando despierto no sabias muy bien qué hacer ni con los oídos ni con los sueños dentro de otros sueños ni con las notas musicales que no estaban sonando. No tiene fuerza suficiente no tiene poética que sustente, casi no tiene lógica dijo y otra voz dijo y otra voz dijo y a medida que sonaban las voces los oídos aparecían, algunos crecían otros empequeñecían otros planeaba largas escuchas como telefónicas, otros oídos no hacían nada porque estaban aquietados como muertitos. Las voces que usaste estaban todas aterciopeladas pero sin preciosismos, algunos dicen que así son las lenguas de los gatos yo prefiero pensar en tu piel tesorito y en tu peine rojo al que le faltaba un diente.
No hay poética que sustente la muerte lenta de tu ausencia ni la estela que has dejado cuando te has ido de mañana tan tan temprano; sé que planeás un largo regreso en cámara lenta, sé que estarás atrás de alguna puerta cuando al cerrarse se me alarmen las disquisiciones y ya no sea tiempo de andarte entendiendo ni de andarte hilando nada. Entonces habrá un zumbido como de avispa y algo se hará miel entre tus manos y te ensuciará los dedos y dejarás de ser un aeropuerto donde aterrizo, dejarás de creerte un músico dramático, un año entero en el que no nos vimos, un juego en el que gano aunque no quiera y vos te das por perdido.
Antes hubiera sido diferente decías, otra vez antes y después ahora y más luego, esa forma de temporizar me agotaba, sabías que me agotaba pero vos querías seguir insistiendo con eso. Bajaste por la pendiente más alta de esa noche. No te vi irte, es cierto, pero sabía que estabas en eso de volcarte, de desbocarte a solas que no querías compañías y está bien estar solo sola a solas y está mal andarse reprochando como si todo fuera un vértigo un susto un mal hábito de higiene.
Salir del tiempo y entrar a la temporalidad que se hace bucle, eso sigue siendo muy difícil, también lo de encontrarnos en las palabras en tiempo real, digo tiempo de ahora no de hace diez años, creo que eso te sigue latiendo aburrido y tristecito. Con el diente del peine hiciste un chiste, primero fue eso pero después fue un largo preámbulo de cómo y de qué manera se te fueron cayendo a vos los dientes cuando eras chico, seguiste por el camino de las analogías y te creíste peine por todo un día. Peine al que le faltaba un diente, dale usáme peináte conmigo decías, que estabas defectuoso pero que igual servías.
No tirabas el objeto porque de alguna forma te recordaba a vos mismo y estabas a punto de inaugurar uno de esos museos de cosas raras, un museo de peines que han sido muy importantes para alguien decías, porque en el fondo ese objeto se parecía mucho pero mucho a lo que fuiste en esos días más que nada por lo colorado. Estabas tan enamorado del color del peine que no me veías ni a rayas a través de los dientes.
Cómo abrir la trama entonces, cómo no dejarse arrastrar por la muerte tan temida que nos tenía como rehenes. Aún estamos a tiempo de abrir el juego decías, aún a tiempo, aún estamos, abrir el tiempo del juego, tantas formas de acomodar la sintaxis sin decir lo que a lo mejor deberíamos haber dicho. Aunque siguiendo tu plan de shhhh calladito, creo que por fin he llegado al rincón aquél del que hablábamos cuando las palabras tenían todavía un solo sentido, cuando se estiraban como el elástico de tus prendas íntimas y te chicoteaban contra la piel húmeda.
Los sueños dentro de sueños siguen siendo mi-tu juego preferido porque se brotan como la neurosis como los naranjos en el invierno como los años de la conquista histórica decías, de las compañías de Jesús; tanta conquista que no quedó en el tintero y ahora no alcanza para llenar los huecos que te hiciste. Le pusiste un peca a cada pocito para disimular pero ellos siguen diciendo que en cada ahí falta algo. Te fuiste pareciendo cada vez más a una tela de lunares a la española y flotás sobre el tronco donde anida la belleza.
Había un cuerpo que a veces era el tuyo otras era el mío, otras no sabíamos dónde estaba la puntual diferencia y seguíamos siendo dos pero de un modo mas bien rarísimo. Un modo de felicidad paradójica porque era compartida o era solitaria a dúo, se armonizan las formas de la felicidad ciertas veces y no es tan grave que divagues por tus rincones mientras yo lo hago por los míos, ¿eso significa juntos o separados o separados pero juntos?, creo que esta parte sigue estando hoy en entredicho como hace siglos como ayer. Hambre loca de aceptar que tus defectos no eran tales sino simples pasadizos hasta la casilla siguiente, hasta que se  traviese otro país en tu cabeza y quieras irte a conocer cómo cocinan la comida de Oriente en esa otra nación tan de Occidente pero con ganas de hacerse la China hasta la uñas.
Una vez perdí la noción del tiempo, fue cuando vos la perdiste y nos encontramos en el cielo, ¿se puede seguir diciendo cielo a secas sin actualizar las palabras? es que el cielo ha cambiado tanto decías. Tanto espacio aéreo para continuar con eso de marcar las fronteras así en la tierra como en el cielo, el cielo que compartimos y el que vimos solos cada uno por su lado. En este mismo momento no hay cielo en Italia ni en dos países de esos emergentes que por ahora ni siquiera tienen cielo propio y tampoco pasa nada. Pasarán las horas que teníamos acunadas entre las manos, pasarán los domingos y el sueño se volverá a brotar dentro de otro y otro y otro, eso se parece tanto a la vida. A lo mejor la vida sigue teniendo sentido en estos días, decir la palabra vida decías, sin que le cuelgue una ristra de antropomorfismo y otras hojas de hierbas. Eso se parece tanto a querer y no poder con las cosas pequeñas las grandes las que habría que haber dicho y no dijimos. Se parece tanto también a todo lo que sí nos dijimos.

En la hora del silencio, la que siempre llega, seguiré escuchando la otra forma de tus palabras. Así fue como de raro no quedó casi nada, de defectuoso hay que ver que tampoco. Quedó la estela, tu ausencia, la pasión por robarte los palitos chinos de los restaurantes, el peine de exposición para peinarte baño a baño y vos sin defectos con un racimo de oídos todos nuevitos a cada lado del rostro, quedaste únicamente vos todo oído y peinadito.

LAS PUERTAS DEL HORNO


2007
El Maña acababa de salir del penal de Chimbas; le dieron su libertad con condiciones un martes cuatro de febrero a las diez y cuarenta y cinco. La liberación también resultó sorpresiva para él aunque la había estado esperando durante seis años. El día que pasó lo que pasó el Maña había hecho lo mismo de siempre. Se había puesto las zapatillas, las bermudas, una remera usada del día anterior y así salió a la calle con un poco de hambre pero lo solucionó de inmediato encendiendo un cigarrillo. Miró el cielo ya casi sin estrellas y caminó tranquilo hacia su trabajo. El humo le pegó en los ojos y le corrió una lágrima. En la "esquina colorada" estaban los de siempre, intercambiaron algunas palabras sobre la noche y se despidieron. El Maña trabajaba en una panadería durante el día. La primera vez que estuvo cerca de un horno se quedó encantado con los rudimentos del mismo y consideró que era una actividad sumamente atractiva para la imaginación de cualquiera. Eso lo arguyó mientras le ayudaba a transportar ladrillos a un cumpa bolita que tenía en esos días. Al boliviano lo había conocido de pura casualidad una noche, cerca de un bar donde unos desconocidos tomaban. El Maña se había acercado tímido y algo humilde a preguntar zonceras, pero lo que le interesaba era intervenir en aquella bandita que a lo lejos se veía divertida y bulliciosa. Él era joven en esa época, verdaderamente joven. Aquella noche se fue estirando entre presentaciones y anécdotas hasta que el día los sorprendió a todos de golpe, un poco borrachos y algo cansados. El bolita se alarmó notablemente porque hacía como una hora que hubiera debido estar en su lugar de trabajo y no, seguía allí, charlando y bebiendo. El Maña le preguntó si podía acompañarlo y el amigo nuevo dijo que sí: que si su gusto era estar en las puertas del infierno él no tenía problema en proporcionárselo. Así, el Maña conoció por primera vez un horno de cerca. Entre aquellas sensaciones de cuerpos trasnochados y de experiencias nuevas el Maña se quedó trabajando gratis sin emitir ni una sola palabra. La mañana transcurrió tranquila como nunca hubiera imaginado que pasaba en esos casos.
Había dejado la escuela dos años antes, porque le iba mal; según él, no comprendía y además estaba seguro que nada de lo que le dijeran le serviría en la vida. En esa vida que él vivía las cosas de la escuela no servían. Tampoco tenía trabajo en aquellos días, en parte porque no lo había buscado y en parte porque no sabía que trabajo buscar. ¿Qué tarea podía desempeñar alguien a los dieciséis años? Aquél día, en el horno de ladrillo, por primera vez el Maña sintió algo nuevo, una sensación de alegría sencilla que lo fue llevando, dentro de aquél vaho silencioso y ardiente, a preguntar al capataz si él podría hacer algo allí.  Expresó calmado y alucinado sus ganas de trabajar en esos hornos mientras el capataz lo miraba como para comprarlo, hasta los dientes pidió que le mostrara. El Maña no entendió mucho de que se trataba, pero hizo todo suponiendo que eran requisitos para conseguir el trabajo.
Durante esa noche, el boliviano y los otros se burlaron de la parsimonia que el Maña había exhibido mientras era observado por el capataz. Una semana le duró el puesto de ayudante que le habían asignado. Lo mandaron directo a apisonar la tierra, a rayarla, a cernirla; nada de hornos, nada interesante. Se sintió desmotivado y el lunes siguiente ya no volvió a los hornos de ladrillo. Pero la suerte lo andaba arrinconando y en menos de quince días alguien le dijo que en la panadería del barrio hacía falta un peón que manejara el horno. Él no sabía en que consistía el trabajo, pero estaba dispuesto a aprender si hacía falta y eso no era poco. El dueño de la panadería era un hombre bueno que lo fue educando en las artes de la horneada. Al cabo de un año supo hacer de todo: amasar, esperar la liga, cortar las partes, vigilar el horno, ¡vigilar el horno!
Aunque el trabajo era mucho el Maña se fue entusiasmando, tanto que ya casi no salía a changuear de noche, tanto que casi no se juntaba con los de la esquina a tomar bebidas. El día que el dueño de la panadería lo condecoró con el título de medio oficial panadero y le avisó que iba a subirle el sueldo el Maña sintió que su vida comenzaba a rumbear lindo. Tenía lo que había querido tener, plata, un trabajo firme y un horno donde mirar arder las llamas, eso era todo. El Maña estaba feliz hasta con los horarios de entrada, a las cinco de la mañana el cielo era otro cielo decía él a los muchos que le reclamaban sus cambios de hábitos; porque el tiempo fue pasando y desde hacía un año el Maña se acostaba temprano, única forma posible de escuchar el despertador a las cinco de la mañana. Ese día salió de la panadería con zapatillas, con bermudas, con ganas de conocer a alguien nuevo para contarle, porque los de la esquina no entenderían lo que estaba sintiendo. En su casa no encontró a nadie. Se bañó, se fumó un armado en el fondo y se volvió a sentir feliz nuevamente; tanto, que recordó una novia que hacía mucho tiempo no veía. Decidió que sería lindo caerle de sorpresa, visitarla como quién se reencuentra con un amigo de la infancia. No pensaba en los silencios, ni en el tiempo transcurrido, tampoco pensaba que ella tal vez no querría verlo; el Maña no pensaba demasiado las cosas. El Maña le recordó quien era y se sentó en el cordón de la vereda a mirar la gente que pasaba.
Mariela también había cambiado, se había teñido el pelo de un color claro, la vio más linda que antes y se sorprendió al notar lo bien que lo trataba. Él le contó de la panadería, del horno y se guardó lo del ascenso para más tarde, por si había una mejor oportunidad. La invitó a bailar al Club Atlético de la Juventud, una banda iba a tocar en vivo música para divertirse; él estaba feliz y quería festejar su suerte. Ella accedió sin más, se cambió de ropa, se puso unos tacos altos y se pintó los labios. El Maña estaba encantado con aquella princesa  que en un momento sería su compañera de fiesta. Ambos se sorprendieron con el reencuentro, con las miradas nuevas bordadas sobre antiguas oteadas. La noche avanzó maravillosamente hasta que Mariela se encontró con alguien, el Maña se quedó a un costado a esperar que ella resolviera sus cosas, era evidente el asunto del que se trataba y él decidió no entrometerse para nada, estaba demasiado feliz para perturbarse, sabía que esas cosas nunca terminan fáciles y no quería, no tenía ganas...
Mariela y su acompañante discutieron un buen rato, mientras él fue a buscar algo para tomar y se sentó a esperar la resolución, inmediatamente se dio cuenta que podía quedarse sin Mariela de un momento a otro, pero estaba dispuesto a irse a su casa al costo de evitar problemas. De igual modo él tendría que irse antes de la cinco de la mañana, y ella no estaba obligada. Mariela se sintió conturbada, el Maña la trataba de una forma tan rara que no pudo más que compararlo con aquél que la increpaba, la empujada y le reclamaba su compañía, su ropa provocativa.
Aquél hombre ofendido y descorazonado lo miraba fijo a los ojos al Maña, y él no se le quedaba callado, con la mirada lo seguía fieramente de una punta a la otra de la fiesta. Mariela le advirtió que su amigo era muy violento, que no le siguiera los pleitos porque siempre andaba armado. Ella se preocupó en exceso y eso la fue obligando a tomar un vaso de vino tras otro sin respiro. El clima se enrareció notablemente, la música en vivo de la banda se hizo más y más audible al punto de picotear los tímpanos y aún más adentro. La noche avanzaba lentamente y el vino se apuraba a desaparecer de la botella pese a que el Maña se empecinaba en mantenerla llena. Ambos salieron del Club Atlético de la Juventud zigzagueantes; caminaron de la mano por la orilla de la calle hasta llegar a la casa de Mariela. El Maña era un caballero y en la puerta le quiso agradecer con un beso la compañía. Ella le aceptó de mil amores y olvidó lentamente los compromisos afectivos contraídos con anterioridad. Sin notarlo fueron cruzando la entrada, en el portón entre abierto se dejaron oír los murmullos de los besos; el Maña notó que Mariela casi no podía dar cuenta de sus actos y decidió retirarse de la casa porque el tiempo fue pasando y se acercaba su horario de entrada a la panadería.
La mañana siguiente se hizo pesada a falta de sueño, pero el Maña estaba contento y cantaba una canción de amor sin pretensiones cuando el dueño de la panadería le preguntó algo y él encogió los hombros. Le respondió que seguro se equivocaban porque él hacía mucho que no changueaba de noche, seguro se equivocaban. El dueño de la panadería lo observaba con los ojos desorbitados a punto de no creer, pero ¿cómo no hacerlo?

El policía le preguntó si conocía a Mariela, él aseveró sin miedo que había salido con ella la noche pasada, que luego la había acompañado hasta su casa y que allí se despidieron. No le dijo de los besos porque no le pareció cosa de hombres andar hablando de eso. El policía le explicó el caso con detalles: ella lo acusaba de haberle quebrado las manos, Mariela dijo que él le había apoyado las manos por el dorso en el vano de la puerta y luego las había apretados hasta quebrar todos sus dedos. La acusación era grave y con tantos testigos la sentencia condenó sin más el hecho de violencia. Así, el Maña estuvo seis años guardado, imposibilitado de hacer lo que más le gustaba en la vida: vigilar las otras puertas del horno.