jueves, 4 de febrero de 2016

CREACIÓN

Tengo miedo a la creación literaria, soy panicosa por sobre cualquier emoción, sé que la puerta que se abre en cada letra es un abismo, cada palabra un umbral de desorden.  Temo al lenguaje, siento las vibraciones del lenguaje, a veces me penetra, otras soy yo quien juego a seducirlo y casi lo  logro, el peso de la lengua en mi cabeza, el peso de mi lengua castellana entre sus piernas, en mis pensamientos, en mis manos. Temo a la furia de Orfeo en el otro lado de la montaña y a sus amenazas, intuyendo el caos que todo lo desborda, los sueños de los muertos que vivifican los días, las muertes disonantes de cada ser viviente. En el magma de la creación la lava ardiente se derrama y soy la lava y la superficie y el poco de materia que se cristaliza y soy el ojo que mira silente la belleza. Acaso es lava ardiente o es esperma o mi imaginación haciendo una continuidad de parques interminables que me llevan una y otra vez hasta Julio. Quizás los días de claros-oscuros han sido demasiados, quizás la piel que vibra esas sensaciones de sol tostado en la epidermis ya no es mía y el dolor  agigante todas las grietas por las que me cuelo incontinente. Quizás en la oscuridad, que no carece de matices, he visto las fauces del infierno, cual boca abierta que todo lo devora, que nada sacia consumir  todo a su paso, los símbolos los días los vientres y el tiempo: todo, todo de todo. Entonces como en un sueño de éxtasis algo emerge a la superficie, algo se hace costra, cicatriz, horror de belleza que cuando es siniestra duele. Esos ojos de doncellas vírgenes, de pequeños querubines custodian la aurora, insignificante en mi humanidad los miro mirarme y temo. Crear la aurora, crear el sueño, hacer de la superficie porosa una lisa gasa de seda que esconde el dolor de miles de sueños muertos.  Ante los ojos perturbados no se distinguen milagros de anhelos rotos, de amores desgraciados, en cambio es en la creación literaria donde una palabreja al lado de otra formará el cortejo del sentido donde todo puede suceder. Los desvelamientos literarios son más peligrosos que las visiones en la madrugada, porque la letra cual gubia hiere la materia inerte del tiempo y la sutura. Entonces, el amor recorre con su dedo suave la piel del dolor hasta llevarlo poco a poco, en sutil desmayo, al cielo donde todas las palabras son la otra forma, la alquimia medieval de los elíxires, la transformación de cualquier carroña en oro, en muérdago, en piel de hoja seca que no deja de ser el grito absorto de lo que estando vivo sabe atravesar el candil negro y sin ser muerte.