Una mañana acaso comprendés de qué va la cosa. Te ponés los zapatos te atás los cordones y un vistazo prospectivo hace que desfilen delante de tus ojos tus últimos seis meses, en la pared que tenés enfrente. El muro en el que podías ver la película ya no está. Sólo un largo desierto se abre frente a tus ojos y la nada, o lo que otros llaman inmensidad se destaja para vos.
En el armario todavía su ropa cuelga y tendrías que haberla
tirado cuando era momento. Ahora ya no puede ser todo eso, ya no puede ser, y
todo eso sigue colgado para darte la razón a los gritos. Estás perdido, y eso
que pudo haber ocurrido ya no ocurrirá. Nada vuelve a ser igual, pero los
cordones ya están atados y el mar es un recuerdo que acariciás cuando las cosas
se salen de cauce; el resto es días de sol y un árbol sin sentido en la esquina
de la casa más vieja de tu calle.
M. es un hombre que se pone de pie delante de la cama, M. es
mi nombre y ese pequeño detalle no hace mas que confirmar certezas que a veces
parecen fundamentales, pero que luego dejan de serlo. Nada hace que mi-tu
silueta, en la figura de la pared, guarde algún parecido conmigo-tigo. El sol
es un espectador, que está ahí para confiarte un secreto sobre tu propia vida
escarlata. Claro que nada de esto tendría sentido; excepto, si estas de vuelta
del precipicio. Sentís que te ha dejado la única mujer que te ha querido, y el
whisky ahora ocupa el sitio que antes ocupaba la sangre que has perdido.
El hombre que habita tu nombre te ha jugado una partida de
carta y en esta noche, como en tantas
otras, te ha ganado. Has perdido contra vos mismo y esa es una verdad que suena
poco edificante.
Podría ser espantoso, pero no lo es porque, una vez, al
menos una vez, has podio jugarte todo a ganar o perder -una pena que pienses que
has perdido-,
pero es sólo una cuestión de perspectiva.
Las pérdidas se amortiguan con los años, ya sabés eso; te lo
recuerdo por si el olvido ha hecho su trabajito. Al cabo de cierto tiempo las
calles tienden a parecerse entre sí todas y sabés que el mar seguirá sonando
aunque no estés ahí para escucharlo. Tu sombra te confiesas que te quiere tanto
como vos la querés a ella. Lo que hay fuera de tus ojos, seguirá viviendo pese
a tus delirios existenciales, y eso, a la larga, es una verdad que te deja en
paz.
Saber que la carta está marcada, a pesar de todo, es una
serenidad que involuntariamente vas a permitirte, porque a jugar nadie enseña.
Pero se aprende, de un modo u otro se aprende que el golpe en la mesa de madera
suena en el eco sin fondo que hay en ella.
Ya no será la perfección y eso te preocupa; tampoco será la
muerte en el otro lado de la puerta. El fondo del vaso no tiene el reflejo de
tus ojos, y eso te tranquiliza, porque lo que te jugaría una mala pasada,
realmente, es enfrentar tu mirada de ojos descangayados.
No es fácil ser un corazón duro, lo difícil, lo realmente
difícil, es acariciarle la entrepierna a la certeza cada mañana; saber que en
el lugar donde otros tienen un corazón vos ya no sentís el latido.
M., espero que cuando hayan pasado los seis meses
correspondientes estés en un mejorcito estado. L. debería llevarse su ropa
antes de que me entren ganas de comenzar a usarla.