lunes, 29 de diciembre de 2014

De las hojas del cuaderno blanco: El origen del dolor.


Hay que tenerlo claro, el albur del engaño nos acecha aún involuntariamente. No es por ti ni por mí ni porque llueve en el campo, ni porque las ramas del álamo se balancean en lo alto tan tristes, ni porque la ciudad está desierta, ni por eso ni por aquello otro. Desesperadamente me entrego a los ojos descarnados de la lucidez, quiero verlo todo, quiero saber, quiero ser la lechuza, quiero ser la piedra inmóvil de mi corazón, quiero ser el niño descarnado que dice esto es feo sin sutilezas, pero más que eso quiero comprender los secretos hilos que nos tejen y nos llevan con sutiles movimientos a hamacarnos o ahorcarnos en los igualados movimientos de los mismos hilos. Es que las palabras son las mismas para amarnos u odiarnos, es que las hebras son las mismas para un caso y para el otro y para el otro y para el otro y para el otro, es que somos igualmente humanos. La diferencia es una cuestión de perspectivas, una gota de agua en la retina que no es llanto, un sorbo de menos, un atardecer, un silencio, un truco sin real envido, una flor, un descampado en el que titilan restos de botellas de vidrio en la intemperie y a la hora triste se vuelve un paisaje fatalmente hermoso.
Somos esas muchas cosas y la estafa no es sólo una cosa de la mala voluntad, de la moral malita, el ardid puede ser perfectamente pergeñado en una noche oscura y no obstante florecer como una rosa radiante y deslumbrar con su belleza a un niño que aún es virgen y en ese raro acontecer mantener el equilibrio del mundo por todo un día, que ya es bastante. En cambio, los movimientos de las mejores almas pueden terminar dejando caer un velo, que como la ceniza después de un gran fuego deja el manto gris sobre el lecho donde antes hubo un leño. La maduración de cada instante es una fruta imprevisible, todo lo maravilloso pasa luego de que el tiempo ha sido consumado. El origen del dolor requiere al tiempo como testigo forzoso.

La trampa es vista en modo retrospectivo, ¿hay traición realmente?, la mirada llega siempre tarde al acontecer del día, es siempre una actividad intelectual, por más dolor que produzca al corazón, el engaño es una acción del pensamiento un problemita de moral nefasta. Lo avieso como tal no existe. La parte gloriosa del artificio es la fuerza poderosa del encuentro de las partes, lo que se reúne luego de haber sido quebrado, lo que antes no estaba. La acción en sí misma es múltiple y vive en la dialéctica del movimiento interior, a pesar de sí mismo, ser inverso es ya no haberlo sido en un momento y haber muerto de dolor por estar desprevenidos ante las cositas de la vida. No hay nada más auroral que el desgarro del dolor a la primera hora del día, algo se hiere para siempre, aunque esa eternidad se desvanezca con el correr de las horas y al caer la noche la oscuridad sea un consuelo definitivo. En esos días de inaugurales certezas todo se preña simultáneamente de dosis iguales de oscurantismo y lucifixión. Lo demás… un bucle infinito de capas superpuestas que mutan y mutan y mutan y mutan y nos dejan como moneda de cambio la humana comprensión que aún de manera imperfecta nos cobija con su mantita.