miércoles, 29 de diciembre de 2010

Con gloria vivir!

Marcha patriótica (1813)



¡Oíd, mortales!, el grito sagrado:
¡Libertad!, ¡Libertad!, ¡Libertad!
Oíd el ruido de rotas cadenas,
ved en trono a la noble igualdad.
Se levanta a la faz de la Tierra
una nueva y gloriosa Nación,
coronada su sien de laureles,
y a sus plantas rendido un león.


De los nuevos campeones los rostros
Marte mismo parece animar
la grandeza se anida en sus pechos:
a su marcha todo hacen temblar.
Se conmueven del Inca las tumbas,
y en sus huesos revive el ardor,
lo que ve renovando a sus hijos
de la Patria el antiguo esplendor.



Pero sierras y muros se sienten
retumbar con horrible fragor:
todo el país se conturba por gritos
de venganza, de guerra y furor.
En los fieros tiranos la envidia
escupió su pestífera hiel;
su estandarte sangriento levantan
provocando a la lid más cruel.
¿No los veis sobre México y Quito
arrojarse con saña tenaz
y cuál lloran, bañados en sangre,
Potosí, Cochabamba y La Paz?
¿No los veis sobre el triste Caracas
luto y llanto y muerte esparcir?
¿No los veis devorando cual fieras
todo pueblo que logran rendir?


A vosotros se atreve, argentinos,
el orgullo del vil invasor.
Vuestros campos ya pisa contando
tantas glorias hollar vencedor.

Mas los bravos, que unidos juraron
su feliz libertad sostener,
a estos tigres sedientos de sangre
fuertes pechos sabrán oponer.


El valiente argentino a las armas
corre ardiendo con brío y valor,
el clarín de la guerra, cual trueno,
en los campos del Sud resonó.
Buenos Aires se pone al frente
de los pueblos de la ínclita unión,
y con brazos robustos desgarran
al ibérico altivo León.


San José, San Lorenzo, Suipacha,
ambas Piedras, Salta y Tucumán,
La Colonia y las mismas murallas
del tirano en la Banda Oriental.
Son letreros eternos que dicen:
aquí el brazo argentino triunfó,
aquí el fiero opresor de la Patria
su cerviz orgullosa dobló.


La victoria al guerrero argentino
con sus alas brillantes cubrió,
y azorado a su vista el tirano
con infamia a la fuga se dio.

Sus banderas, sus armas se rinden
por trofeos a la libertad,
y sobre alas de gloria alza el pueblo
trono digno a su gran majestad.


Desde un polo hasta el otro resuena
de la fama el sonoro clarín,
y de América el nombre enseñado
les repite:
"¡Mortales, oíd!:


ya su trono dignísimo abrieron


las Provincias Unidas del Sud".


Y los libres del mundo responden:


"Al gran pueblo argentino, ¡salud!


Coro
Sean eternos los laureles,
que supimos conseguir.
Coronados de gloria vivamos...
¡o juremos con gloria morir!

viernes, 17 de diciembre de 2010

Ya que no existo, digo Freud, Lacan y otros hombres por demás hermosos y brillantes a quienes debo los mejores y los peores combates, ya que no puedo pertenecer a vuestra pequeña casta de histéricas inconsolables, ya que no puedo acomodarme al objeto prefigurado de deseo correspondiente donde debiera empequeñecer para permanecer mutilada ahí dentro, ya que no puedo seguir succionando líquidos barroquísimos, ya que no puedo seguir naufragando en las aguas turbulentas del mar Negro, ya que no he hecho de la debilidad adaptativa una fortaleza sin hastío, ya que no he dominado la lengua de serpiente como debería haberlo hecho, ya que la mayoría de edad recientemente adquirida admite la opción de maniobrar en contrasentido, ya que las fronteras son intransitables, ya que no puedo perpetuar la especie porque he nacido estéril, ya que no puedo ser ni mártir ni verdugo, entre otros catorce mil caracteres, porque mártir y verdugo son imágenes creadas por el Hombre acumulativo de la estirpe, en las que sólo a través de un travestismo desfemeneizante (muy poco placentero) podría encarnar las metáforas en las que habría de ser luego apedreada. Ya que no puedo con todo eso, me obstino en tomar por el camino de la libertad desconocida, partir acaso en busca de una isla desconocida a lo Saramago, acaso tomar el sol la mañana el vodca y el libertinaje de elegir el color, el tamaño y la inscripción de la lápida que el sendero indefectiblemente designa.