viernes, 17 de diciembre de 2010

Ya que no existo, digo Freud, Lacan y otros hombres por demás hermosos y brillantes a quienes debo los mejores y los peores combates, ya que no puedo pertenecer a vuestra pequeña casta de histéricas inconsolables, ya que no puedo acomodarme al objeto prefigurado de deseo correspondiente donde debiera empequeñecer para permanecer mutilada ahí dentro, ya que no puedo seguir succionando líquidos barroquísimos, ya que no puedo seguir naufragando en las aguas turbulentas del mar Negro, ya que no he hecho de la debilidad adaptativa una fortaleza sin hastío, ya que no he dominado la lengua de serpiente como debería haberlo hecho, ya que la mayoría de edad recientemente adquirida admite la opción de maniobrar en contrasentido, ya que las fronteras son intransitables, ya que no puedo perpetuar la especie porque he nacido estéril, ya que no puedo ser ni mártir ni verdugo, entre otros catorce mil caracteres, porque mártir y verdugo son imágenes creadas por el Hombre acumulativo de la estirpe, en las que sólo a través de un travestismo desfemeneizante (muy poco placentero) podría encarnar las metáforas en las que habría de ser luego apedreada. Ya que no puedo con todo eso, me obstino en tomar por el camino de la libertad desconocida, partir acaso en busca de una isla desconocida a lo Saramago, acaso tomar el sol la mañana el vodca y el libertinaje de elegir el color, el tamaño y la inscripción de la lápida que el sendero indefectiblemente designa.

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