domingo, 12 de abril de 2009

Vallecito de Huaco, donde nací.
La ciudad, la tribu, el círculo, la metáfora, la cadencia, usted lector, estas palabras, la bailarina, quizás sólo sean posibilidades que vagan errantes en una aldea, en busca de un terreno dónde encontrar otros modos de contar el cuento: más críticos y menos criticones. Cuentos sin moralinas, pero que tengan piso, tejas y paredes adonde cobijar nuestra cultura y nuestro futuro. Cuentos que no nieguen la tradición, pero que no la sustenten como excusa de la desidia y la inacción. ¿¡Hasta cuando Huaco; Vallecito de Huaco, queridísimo Huaco!?
Por no soltarnos un poquito de las raíces, el presente se vuelve un canturreo despersonalizado, a imagen y semejanza de la cultura internética.
Una configuración posible tal vez nos permita pensar que la tradición sirve, si fecunda el suelo, si nutre las raíces de los nuevos proyectos, si cobija en los momentos de duelo; pero a veces la tradición no es suficiente. Si los antiguos modos se mantienen como un “presente continuo” las nuevas generaciones no difieren en nada de las antiguas y abuelos, padres e hijos son sólo personajes sucesorios y sucesivos de una película en la que siempre se actúa el mismo guión. Personajes que habitan la misma escenografía, que con el tiempo se vuelve una reiteración patética y grotesca en la que usan utilería de segunda mano y ríen con dentadura postiza.
Los equilibrios son sabios y peligrosos, maravillosamente ambiguos, como las cosas tentadoras. No necesitamos desandar lo andado, ni abolir las leyes hechas, ni desarmar los decorados, pero la herencia requiere de nuestra laboriosa tarea, porque llegarán otros, que también reclamarán su herencia. La bolsa del presente huele a muchas especias y pasa de mano en mano en los asientos de un cine en el que están rodando una película a medio filmar: la nuestra.
¡Fijesé!
En la escena faltan muchos actores, nos damos cuenta porque los decorados están vacíos, aunque el tiempo sigue transcurriendo y a nosotros, eso, parece no impacientarnos. Nos sigue cupiendo la duda de cuál es el lugar más cómodo para acomodar nuestros preciados traseros, y discurrimos inmersos en tensiones parloteadas; entre la butaca y la película.

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