No era fácil llegar al taller de Angélica
pero una amiga mía desde que tengo 23, que trabaja a tiempo completo de hada madrina, me hizo de puente como solo ella sabe hacerlo. Angélica leyó mi mail y
me dijo, bueno dale vení. Nos escribíamos por mail con la cercanía de haber
sido siempre vecinas o enemigas. Ahora, tu voz Angélica se ha vuelto muy
potente en mis oídos. Angélica tenía más de setenta y tantos cuando la visitaba
y yo veintiséis. Mi vida era un embrollo de tantas cosas pero quería aprender a
escribir mejor, quería intentarlo a fondo pero además quería conocerla porque
ella era un horizonte. Me tomaba un micro a Rosario, pasaba el día
vagabundeando por las calles de Rosario hasta la hora que nos tocaba entrar,
nos esperaban con una alegría de festejos. Cuando esas horas terminaban me
volvía a la terminal y pegaba la vuelta a mi sanjuanistán. Desorientada,
aturdida y escribiendo. El Goro era ese señor que había construido puentes y hecho
medio Rosario. Era cercano, me preguntaba de todo, me decía qué podía o no
comentar con ella. Eso no le digas porque te va a echar a las patadas. Eso otro
si, contále que le va a encantar saber. Un anfitrión que me daba las claves de
acceso, ese era el Goro, un viejo adolescente entusiasmado. De la casa de
adelante pasábamos a la de atrás. Las dos eran pequeñas, para qué más? No eran
tiempos de fotos ni de mostrar nada de la intimidad de la vivencia. Éramos un
grupo de mujeres, escritoras, poetas, todas de Rosario, eran mucho más grandes
que yo como de 40/50 y ella la más vieja y la más joven. Cuando la conocí me sentí
anciana frente a su vitalidad, aprendía a rejuvenecer, ella me enseñó. Estos
días estoy otra vez echa un lio y lloro y leo y lloro y escribo. Qué mierda es
la muerte cuando llega, fuerte como un viento y golpea las ventanas. Tengo miedo,
tengo desesperación por ir hacia atrás en el tiempo. Tengo tantos recuerdos que
no visitaba hace tanto tiempo. Uno: para llegar a la casa de Angélica caminaba
cientos de cuadras porque tenía todo el tiempo del mundo y mientras andaba me
di cuenta que no me había sacado esa pulsera de red que me agarraba la mano,
que me había regalado ese malísimo amor y me la saqué, la tiré por un hueco en
una construcción vieja. Me liberé de mil años. Me fui liberando en cada viaje
de cáscaras y machismos. Cuando tomábamos el café hablábamos de cosas para
contar escenas delicadas y la luz y el tono y eso otro. A ver, nena, léelo otra
vez, ponéle el punto ahí, no, no, más acá la coma. No! va mejor si no va con comas.
No te hagas la joissa tampoco. No digas alteridades y esas mierdas académicas en mi presencia. La
mujer puteaba todo el tiempo, era muy bestial escucharla a pesar de su torta de
chocolate, de sus setenta y largos del café, del té, de la delicia que podía
cocinar. Angélica era esas mil cosas, actividad constante y lengua mordaz. El
Goro no iba a la casita de atrás, allá era solo para escribir y leer, la
literatura, era su refugio su lugar más alejado del mundo. Aprendí secretos y
un modo de vivir decir escribir. Hacé lo que se te dé la gana con la estructura
de los textos porque es tu mundo y sos libre para siempre. Hace veinte años de
eso. Me abrió las puertas con sonia mattalía, y Sonia me abrió más puertas, así
la cadena de favores me encomendó a dioses de Borges más acá y más allá del atlántico.
Era vecina de la mamá de Messi, acá a la vuelta viven, gente buenísima decía. Era
mala pero generosa. Ella siempre respondía el mail, me daba consejos para criar
mi peque, para escribir, para vestirme, para coger. No te enamores de nadie más
que de vos misma. Y leía las cosas que yo llevaba con paciencia y me decía cosas
y me enseñaba. Un día me dijo: nena, no vengas más ya está, ya sabés lo que
tenés que hacer. No me dejó que la abrazara esa vez. Listo, ya sabés lo que
tenés que hacer, escribí hasta que te salga bien. Le gustó que me doctorara en
la obra de Borges, me alejé. No sé muy bien porqué desde que se fue me cuesta
dejar de llorarla. Hace días que llegan y van los mails de escritoras, críticas
y amigas que estamos encajando esta ausencia que no cabe en ninguna parte. Nos reímos
y lloramos por escrito por ella, con ella. Era tremenda y divertida.
Los jaguares, las feministas
nuevas que nada saben de lo que les pasaba a esas mujeres, allá hace veinte años
en Rosario, los domingos. Angélica era la mujer y la escritura, la que me habló
del feminismo de la Argentina, de las mujeres que escribían de verdad no esa
mierda sensible y me abrió el mundo y me echó de la casa para que no volviera
más. Ahora me veo tan pequeña intrusa en ese jardín.
He vuelto en esto años varias
veces a Rosario, nunca ha sido igual, no la volví a visitar, no vengas más a verme,
me dijo. Sólo por mail.
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