viernes, 3 de octubre de 2025

Bajo la luna de Montería

 


 Dibujar la cultura popular de San Isidro de Montería. 07.2025      

Cuando entramos al MUZAC algo estalla al mismo tiempo que se registra lo visto, el sentido de permanencia se rompe contra el suelo. El destino histórico se vuelve conceptos nuevos. Todo forma parte de la educación popular, de la ternura frente a la fragilidad reclamando miradas. Esos niños no tenían nada, se repite varias veces. Un discurso que choca contra los artefactos y desmiente las afirmaciones rotundas. A cada lado del palo de madera hay un pájaro. Los dos son representaciones de una sola ave, pero cada una rompe el sentido con un martillar propio, ¿realmente estamos en condiciones de ver lo que observamos? La desmesura se dilata con el curso del Sinú que corre siempre en la misma dirección. ¿Quién escribe esa historia larga que se cuenta en un día? Quizá sea hora de liberarnos de la confusión que ha traído la tecnología del arte al mundo de las estéticas contemporáneas.

A la orilla de un río pasan muchas cosas. Los planchones se desplazan en silencio. En el atardecer, cuando escuchar las tareas era parte de la ceremonia recurrente de preámbulos a la puerta de un museo no podía imaginar lo que detrás de esas puertas había ni el impacto que sus obras podían dejar en mí. Escuchar como disposición a intentar comprender de qué se trata eso que se dice con palabras. Tal vez la descripción era elocuente y sencilla, un profesor encomendado a trabajar con un grupo de estudiantes. Unos estudiantes con características específicas. Un profesor de filosofía. Un territorio como siempre en disputa. ¿Acaso queda en este presente precario que nos alberga, algún pedazo de tierra que no esté al borde de una trifulca?

Córdoba es una continuidad de silencios y ríos sobre los que vuelvo a retroceder. En mi imaginación hay un paisaje que yuxtapone las latitudes. El río Calabalumba atraviesa las sierras homónimas argentinas con sus minerales que a veces brillan. A orillas del museo, el rio Sinú es marrón y apenas refleja la luna llena de la noche en que encuentro un enigma. ¿Qué son esos artefactos que son nombrados una y otra vez como si de piezas de colección se trataran? La exposición “Semilla, arte, tierra y vida”, es anunciada como prácticas estéticas surgidas de un mundo campesino y artesanal. Hace unos días no sabía que el municipio de Montería es parte de Córdoba-Colombia.  Señora, ¿sabe usted donde apoya el pie me digo una y otra vez? Algo bajo mis zapatos se mueve y de a tramos dibuja una línea de puntos que marcan el sendero. Esa noche, un hombre sentado al lado de otro hombre. Ambos enfrentan a un pequeño grupo de espectadores que escuchan atentamente cómo, ese proceso creativo que por años se ha fraguado, tiene un silencio de miradas atónitas. Por fin, es presentado. Se cuenta un contexto de precariedades donde duelen las pobrezas. ¿Realmente es pobre esta gente capaz de crear un mundo nunca antes visto? Se cuenta también esa nada en la que surge un fuego primitivo capaz de dibujar un ciclo de felicidades.

Lo que no deja de variar es la intensidad de la percepción que acumula impactos con cada objeto. Es desmesurada esta obra me repito, no entra en mis ojos. Algo de todo lo que late en la muestra porta matices de las primeras revoluciones socialistas en Latinoamérica. Todo lo que brilla compite con el silencio y espera ser arrancado de la mudez política de una educación que pone al centro la vida. Sin embargo, deambulamos y miramos. Se comenta y toman fotografía intentando capturar algo de esa materia efímera que se evapora con el calor de la noche. De a ratos la muestra entra y sale de una naturalización que deja impávidos a todos. No se puede acreditar tanto desborde solo porque se ha quebrado el sentido de las prácticas estéticas y el barro, los cantos de los pájaros con sus trinos han llegado con sus nidos a cuesta. Habitan la sala del museo, ahora para siempre.

El lápiz es un objeto de origen remoto, pero estos palos convertidos en instrumentos tienen fechas de creación y destino de carbón. Merece la pena analizar la sopa ideológica en la que se ha criado esta imaginación de acción participativa. Casi dos décadas trenzando las fibras de una cultura serena han dado sus frutos. ¿Quiénes cuentan este cuento digno de realismos mágicos cotidianos? Las mil formas de nombrar la vida se vuelven recurrente en esta acumulación de arte-factos. Estos hechos artísticos no serán analizados uno a uno por una cuadrilla de inútiles expertos porque, por suerte, no saben que estas maravillas existen en algún lugar del mundo nombrado Córdoba. No están escondidas, están no vistas por el ojo del mundo del consumo y eso es un beneficio que corre peligro.

Mientras observo desde la precariedad de mi experiencia visual sigo caminando por las Córdobas de mi vida. Séneca, a orillas del Guadalquivir, está siendo mi mejor interlocutor en esa hora de luna llena. No quisiera dejar a ese Séneca olvidado para seguir con el eco de las preguntas. ¿Cómo se puede buscar mejores vientos si no se está dispuesta a pelear contra la tiranía de las ruinas y los verdugos que acorralan las experiencias creativas? Se confunden las Córdobas con sus ríos y sus encubrimientos que son y no son a la vez parte del mismo mundo.

¿Qué hay en el nido de las ausencias, oculto, capaz de hacer nacer la semilla nueva? El barro es la forma, el fuego la obra. Al maestro de arte y filosofía se lo nombra como un artesano de la enseñanza que ha sabido convertir la extensa tierra en aula y papel al mismo tiempo. La apariencia de las cosas puede cambiar con el correr de las horas, por eso tal vez quiero quedarme un tiempo a mirar el paisaje y ver como decanta ese juego de luces y sombras bajo la luna de Montería.

 

 

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