viernes, 22 de agosto de 2014

ESPEJOS

Esas acciones del pensamiento, ocultas de todo, a todos, sin demonios presentes.  Esas historias eternas sin dios aparente...
En qué tajo de los símbolos entramos en la sombra de la vigilia que no puede verse desde la otra orilla. Hay, claro que debe haber, una sensación de amor disperso en la que ambos nos miramos.
Yo hubiera querido comprender en tus miradas, no en tu cristalina ausencia.
Entrar en aquello que podía parecer sueño. Hubo un momento en el que mentimos a dúo, fue un concierto efímero y aturdido. Feo. ¿Cómo pudimos ser un coro tan necio, cómo pudimos entrar en las fauces del delito?
Estabas ahí, vidrio por todos lados: contaré el desamor que hubo esa noche: contaré ese modo de espejar los sentimientos que había en tus ojos en tus manos en tus labios: ¿contaré que los roces vacíos de sentido se clavaron en el aura más tenue de la noche y proyectaron una figura espantosa? Era tan tarde…, tan tarde para algunas cosas y nosotros jóvenes y decrépitos. ¿Cómo has envejecido tu reflejo en tan poco tiempo? No me atreví a preguntarte. ¿Cómo has llegado a dar con la oscuridad en tan inmenso grado? ¿Cómo, la temperatura de tu sangre, has helado de un modo tan horroroso? ¿Cómo te has vestido de una silueta transparente que devuelve una imagen tan fresca y desconcertante?
Debo haber incurrido en la misma transgresión.
Debo haberte confundido con los mismos guiños extraviados.
En los ojos que ese día yo no tenía, te habrás mirado de pronto y habrás visto sólo tu cara, confundiéndote, creyendo que era la mía. Seguro pensaste que era mi alma la que te llevabas a la boca y era la tuya la que se reflejaba en directa consonancia. Habrás terminado comiéndote tu propia búsqueda.
Esa noche tan hueca, tan llena de ecos, los dos nos confundimos de un modo exagerado. ¡Qué torpeza por la que caminamos en los filos de las veredas!
Aunque creo que era imposible no hacerlo, porque los dos estábamos atontados de reflejos.
Sabías quien eras pero lo alterabas a sabiendas. Yo hice lo mismo, conociendo mis absurdos los oculté, decidí burlarte y burlarme. Un golpe de cinismo extremadamente certero.
Caímos irremediablemente en el abismo de los silencios, en la persecución sin tregua de las esencias veladas. Seguimos la ruta equivocada, siempre sabiendo de qué se trataba el juego. ¡Qué era un simple retozo!, debemos habernos prometido cada uno por su lado. Nosotros, tan lucidos, tan mortales, esquivamos las verdades con maniobras perfectas. Entramos en el otro lado de las analogías porque acaso nos medimos y creímos ser demasiado hábiles.
Tus ojos fueron un buen aperitivo para la cena, no sabías que los míos también eran comestibles hasta que los probaste y convertimos aquel festín del deseo en una cena para ignorantes insaciables.
A qué hora se produjo el espejamiento, no supimos. Nos confundimos. Creo que atinamos una estrategia dañina. Nos fuimos destilando uno dentro del otro sin previas retenciones. Eras lo que yo era, yo era lo que vos eras, y ese encuentro afortunado, desafortunados, trascendente y quimérico, nos trastabilló el rumbo y nos estrellamos.
¿Cómo saber desde antes que nos íbamos a reflejar mutuamente de ese modo tan espeluznante?  
Pasamos al otro lado del espejo en el que encontramos los túneles que no saben hasta donde llevarnos. Los conejos hubieran sabido caer sin problemas en esos sitios, pero nosotros no supimos, porque acaso nos habíamos perfumado demasiado el instinto y sólo poseíamos el aturdimiento del tiempo. Caímos como lágrimas sin sentidos y rodamos una maravilla de vértigos y olvidos.
No entendimos y seguimos. No sentimos y seguimos. No vimos y seguimos. No encontramos y seguimos. Éramos estériles y seguimos, éramos el uno en el otro y seguimos, éramos extraños y seguimos, éramos todo lo contrario y viceversa, y seguimos…
Abandonamos el juego a la hora incierta, decidimos salir desde adentro del sueño de los mortales para entrar en el otro tiempo invertido. Salimos a buscar la certeza de habernos visto de frente unos instantes, La certeza de haber atravesado el espejo lindero de nuestros seres. ¿Realmente llegamos a salir de nosotros o eso también fue una ilusión de ciegos en la negrura? Entramos en aquella zona opaca en la que cada uno tenía soberanía. Jugamos a la nocturnidad y avanzamos a tientas.
Vi en tu penumbra, tan semejante a la mía, una suerte de ternura y un perdón para siempre. Debimos habernos quedado del otro lado. Yo en tu oscuridad y vos en la mía. Debimos haber aceptado la estadía en nuestros costados mortales, para ser lo que otros eran casi siempre y todavía; pero no pudimos con la tentación miserable y volvimos a jugar a la divinidad momentánea. Atravesamos el vidrioso linde sin rasgarnos el cuerpo y mordimos la frugalidad más envenenada. ¿Habremos sangrado? Deberíamos haberlo supuesto, acaso no quisimos admitir que, como para el resto de los mortales, la carne de nuestro cuerpo era presa fácil.
Debemos haber hecho cosas que nos hicieran daño…, pero no lo notamos hasta entrado el día, cuando ya era demasiado tarde y sólo teníamos las cicatrices a la vista. Nosotros ahí, mirándonos, más insensibles que nunca.
 En tus ojos había un abismo como debe haberlo habido en los míos. Nos caímos y, que yo sepa, nunca volvimos a levantarnos. De todos los espejos antropomorfos en los que me he mirado, eras el que devolvía el reflejo más hermoso de mi imagen creada. De todos los espejos que reflejaron tus rostros, el mío debe haberte gustado aquella noche. ¿Cuándo nos perdimos? ¿Cómo desatinamos las certezas? ¿A qué distancia del vidrio nos quedamos? Esas cosas tampoco supimos decírnoslas. Era una posibilidad incierta una ceguera compartida una noche inmensa y también debe haber sido una fiesta.       
¿Las huidas, son ciertas, inciertas, o todo lo contrario después de la aurora?


Enamorarse
es crear
una religión
cuyo dios es falible.
El encuentro en un sueño. J. L. Borges

Noviembre 2009

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